Lo primero que hace una persona con diabetes al levantarse es pincharse para medir la glucemia capilar. Y lo último, antes de acostarse. Y después de comer. Y así varias veces al día. En la diabetes que precisa múltiples dosis de insulina (MDI), se realizan seis o más mediciones diarias.
El uso de los sensores de glucosa está cambiando por completo la forma de llevar el control de los niveles de azúcar para los pacientes. Este dispositivo se adhiere a la piel como un parche y hace mediciones continuas 24/7, sin necesidad de pinchazos.
En España, hasta hace poco, solo los pacientes con diabetes tipo 1 podían acceder al sensor de glucosa a través de la sanidad pública. Ahora, está disponible también para personas con diabetes tipo 2 en tratamiento con insulina.
En este artículo, explicamos qué es un sensor de glucosa, en qué se diferencia del glucómetro tradicional, cuáles son sus ventajas y limitaciones, y qué tipo de pacientes pueden beneficiarse de su uso.
Un sensor de glucosa es un dispositivo en forma de parche que se coloca en el brazo (en algunos modelos, también en abdomen o glúteo) y mide continuamente los niveles de concentración de glucosa en el líquido intersticial. El glucómetro, por el contrario, mide directamente los niveles de azúcar en sangre a través de una punción en el dedo.
El líquido intersticial es una fina capa que rodea a las células del tejido situado justo bajo la piel. El parche tiene un pequeño filamento flexible que penetra hasta ese punto y, mediante una reacción enzimática, registra los niveles de glucosa intersticial. El sensor realiza mediciones cada pocos minutos, día y noche.
Dependiendo de si el modelo de sensor de glucosa es de monitorización en tiempo real (MCGtr) o intermitente (MGi), el sistema puede transmitir los datos continuamente de forma automática o puede requerir que el usuario escanee el parche con un monitor o un dispositivo móvil compatible con NFC para recuperarlos.
En los medidores continuos de glucosa, un transmisor situado en el parche recoge los datos glucémicos y los envía al monitor, al móvil del usuario e incluso al ordenador de su médico para incorporarlos directamente al historial del paciente.
«Todos estos datos permiten realizar un perfil ambulatorio de la glucosa que incluye la variabilidad glucémica, media del azúcar de los últimos días, si hay bajadas de azúcar y en qué momento, entre otras. Gracias a esto es más fácil ajustar el tratamiento en la consulta y permite una mejora en la seguridad y calidad de vida del paciente», explica la doctora Irene Zayas, especialista en Endocrinología y Nutrición del Hospital San Rafael de A Coruña.
En función de la marca y modelo del dispositivo, el paciente puede llevar el sensor de glucosa entre una y dos semanas antes de que se agote la carga enzimática y sea necesario reemplazarlo por un nuevo parche.
El uso de los sensores de glucosa supone un cambio inmenso en la vida del paciente con diabetes, liberándole de una carga mental considerable.
Con el glucómetro, es necesario estar pendiente de pincharse los dedos varias veces al día para medir el nivel puntual de glucosa en sangre y calibrar la dosis necesaria de insulina.
Con el sensor de glucosa, solo hay que abrir la app del móvil y consultar el valor actual y el histórico, con la evolución de los picos y valles glucémicos a lo largo de todo el día, e incluso durante la noche, mientras está haciendo ejercicio o cualquier otra actividad.
Este nivel de detalle permite llevar un mejor control glucémico y tomar decisiones sobre la dieta, los hábitos de vida y la medicación de forma más rápida y precisa, basadas no en controles puntuales sino en la tendencia evolutiva.
Los datos glucémicos del paciente se actualizan automáticamente en su historial clínico, lo que permite al personal médico realizar un seguimiento detallado y realista de la evolución de la enfermedad y los efectos del tratamiento.
La posibilidad de compartir los datos glucémicos en tiempo real con diferentes dispositivos móviles permite a padres de niños con diabetes, por ejemplo, monitorizar su condición mientras están en el colegio o de excursión.
Los sensores de medición continua, además, emiten alertas cuando se dan cambios bruscos en los niveles de glucosa, avisando al paciente cuando se va a producir una hipoglucemia o hiperglucemia.
El uso de los sensores se ha asociado a numerosas ventajas, como apunta la doctora Zayas: «reducción del número de hipoglucemias, mejoría del control glucémico general, disminución de la variabilidad glucémica y mejoría en la calidad de vida; todo ello genera un impacto positivo en las complicaciones asociadas a la diabetes a largo plazo».
Algunos modelos, además, se pueden conectar con las bombas subcutáneas de insulina para liberar automáticamente la cantidad necesaria en función de los valores de glucosa. Eliminando por completo los pinchazos.
Una preocupación comprensible a la hora de utilizar el sensor de glucosa es su fiabilidad en comparación con el glucómetro tradicional.
Las mediciones de glucosa intersticial realizadas con los sensores son ligeramente menos precisas que las del glucómetro. Esto se debe a que las variaciones del nivel de glucosa en sangre tardan entre 5 y 10 minutos en reflejarse en el líquido intersticial.
En la práctica, este pequeño desfase no tiene relevancia clínica, salvo en situaciones excepcionales como, por ejemplo, en las primeras horas de la aplicación, en el período nocturno o durante las hipoglucemias.
El sensor de glucosa es un sistema fiable para controlar los niveles de azúcar en personas diabéticas, aprobado por el Ministerio de Sanidad para su uso en el sistema nacional de salud desde 2018.
Estudios recientes demuestran que el uso del sensor de glucosa mejora el manejo glucémico en personas con diabetes tanto de tipo 1 como tipo 2, y reduce el riesgo de hospitalización y de complicaciones agudas. Su uso en pacientes pediátricos también evidencia un mejor control de la enfermedad en niños y el logro de los objetivos metabólicos.
Cabe destacar que el uso de sensores no elimina la necesidad de realizar mediciones de glucemia capilar (en sangre). Particularmente, para verificar los resultados cuando el paciente presenta síntomas propios de hipoglucemia (como mareos, sudor frío y temblores) pero el sensor indica valores normales, o cuando arroja valores extremos.
Es por cuestiones como estas que es importante acompañar el uso de sensores de una correcta educación en su empleo e interpretación de los datos, para optimizar los recursos que facilitan.
Los sensores de glucosa suponen una mejora innegable en la calidad de vida y tranquilidad de los pacientes diabéticos con terapia intensiva de insulina (múltiples dosis diarias o con bomba de insulina). Antes del sensor, debían pincharse más de seis veces al día para monitorizar los niveles de azúcar y ajustar la dosis de insulina.
Recordemos que la diabetes es una enfermedad crónica que afecta al metabolismo del azúcar en la sangre, ya sea porque el páncreas no produce suficiente insulina (diabetes tipo 1), porque esta no actúa correctamente (diabetes tipo 2) o por los cambios hormonales del embarazo (diabetes gestacional).
Pacientes con otros tipos de insulinodependencia también deben monitorizar continuamente los niveles de glucosa en sangre, como personas con diabetes monogénica, fibrosis quística, pancreopriva o hemocromatosis.
El coste del sensor de glucosa está cubierto por la sanidad pública para todos los pacientes con diabetes tipo 1, diabetes insulinodependiente y, desde finales de 2024, también para los de tipo 2 con terapia intensiva de insulina.
El uso del sensor de glucosa se está extendiendo entre personas sanas, abanderado por personajes famosos, como una herramienta para perder peso y llevar una alimentación equilibrada. Sin embargo, no hay evidencia científica de que aporte beneficio alguno.
Por el contrario, «podría generar un estado de excesiva preocupación por fluctuaciones de glucosa que no han demostrado que sean clínicamente relevantes en personas sin diabetes, además de suponer un gasto económico innecesario», añade la doctora Zayas.