La resonancia cardíaca de estrés, la prueba más eficaz contra la primera causa de muerte

María Vázquez lleva a cabo la resonancia cardíaca de estrés en el Hospital San Rafael

La resonancia cardíaca de estrés es una técnica de imagen no invasiva que permite a los profesionales identificar el origen de la cardiopatía isquémica

Aproximadamente diez millones de defunciones anuales convierten a la cardiopatía isquémica, según los datos recabados por la Organización Mundial de la Salud, en la principal causa de muerte a nivel global. Una enfermedad cardiovascular que, sin embargo, se puede prevenir de forma relativamente sencilla gracias a pruebas como la resonancia cardíaca de estrés.

Conocida también como enfermedad de las arterias coronarias, las personas que padecen esta afección sufren un estrechamiento de las arterias que se comunican con el corazón, impidiendo a este músculo recibir el aporte de sangre y oxígeno necesario para desarrollar sus funciones con normalidad.

La causa más común es la ateroesclerosis, una acumulación de sustancias como las grasas o el colesterol en las arterias coronarias. Estos depósitos van aumentando lentamente, formando placas que obstruyen el flujo sanguíneo y dan lugar a la isquemia. Esta consiste en una reducción gradual del flujo de sangre, con la correspondiente disminución del oxígeno y los nutrientes en el área irrigada por dichos vasos. Así aparecen las zonas de hipoperfusión, aquellas donde la cantidad de sangre no es la suficiente.

Las personas afectadas por esta patología no presentarán síntomas durante mucho tiempo. Estos tan solo aparecen cuando la obstrucción es grave y el cuerpo se queja mediante la angina de pecho (un dolor u opresión en el pecho), la dificultad para respirar durante la práctica de ejercicio físico y, en los casos más graves, un infarto de miocardio.

Cuando por fin las manifestaciones son evidentes, la magnitud del problema ya será bastante considerable, lo que dificulta su corrección. Pero, ¿existe algún modo de tomar la delantera? La respuesta es afirmativa. Y la resonancia cardíaca de estrés es crítica en esta misión.

¿En qué consiste la resonancia cardíaca de estrés?

La resonancia cardíaca de estrés es una técnica de imagen que permite evaluar el sistema cardiovascular de los pacientes de manera no invasiva y con más garantías de seguridad que otros métodos, puesto que utiliza un campo magnético en lugar de radiación ionizante.

Por lo general, se pone en práctica cuando se sospecha que puede haber una enfermedad coronaria. Su gran atractivo es que logra diagnosticar la isquemia en una fase previa a la aparición de los síntomas, además de aportar información acerca de la anatomía y la función cardíaca.

María Cristina Vázquez Caamaño, especialista en Cardiología en el Hospital San Rafael de A Coruña, recalca la importancia de esta prueba, ya que «guía a los cardiólogos el manejo terapéutico, ahorrando angiografías o revascularizaciones innecesarias y añadiendo tratamiento específico a pacientes en donde no vemos lesiones coronarias, pero sí tienen microlesiones que hacen que al músculo cardíaco no le llegue suficiente sangre».

En la resonancia cardíaca de estrés, el paciente debe tumbarse boca arriba en una mesa para que los profesionales coloquen en su tórax una serie de electrodos, con los que monitorizarán variables como la frecuencia cardíaca, la tensión arterial y la saturación de oxígeno. A continuación, se sitúa una bobina encima, y se introduce la mesa en el interior del tubo, situando el corazón en el centro del imán.

«Cuando realizamos una resonancia cardíaca de estrés o perfusión lo que hacemos es administrar un fármaco que hace que el corazón requiera más demanda, como cuando se realiza un esfuerzo», explica la doctora Vázquez.

Este medicamento se introduce por vía intravenosa y produce unos efectos similares a los del ejercicio físico, como la aceleración del ritmo cardíaco. Pero no son signos de peligro. Son síntomas totalmente normales, y el equipo médico está presente en todo momento para cerciorarse de que todo va bien.

«Al administrar posteriormente contraste (gadolinio), si no hay lesiones en las arterias coronarias, este le llegaría a todo el músculo cardíaco. Pero si hay una lesión en alguna arteria, el contraste no llegaría la zona del músculo que es irrigada por esta arteria, y lo veríamos como una zona más negra que el resto», continúa la especialista.

¿Qué más hay que tener en cuenta durante la prueba?

Estos procedimientos siempre son supervisados por un especialista en Cardiología o Radiología, que se asegura de su correcta evolución. Habitualmente, la duración de las pruebas no supera los 45 minutos, pero la introducción de los protocolos rápidos ha conseguido reducir esta cifra, de forma que es posible completar la resonancia cardíaca de estrés en menos de 20 minutos.

Es indispensable que el paciente permanezca inmóvil para captar bien las imágenes. De hecho, en ocasiones los médicos le piden que aguante la respiración durante unos segundos, con el objetivo de mejorar la calidad y la nitidez de la imagen. Aunque no es raro que algunas personas sientan algo de claustrofobia, cerrar los ojos puede ayudarlas a tranquilizarse.

Ahora bien, ¿cuáles son las contraindicaciones? La resonancia cardíaca de estrés es una técnica segura, pero no es recomendable efectuarla en mujeres embarazadas de menos de tres meses o en personas con implantes metálicos, marcapasos o bombas de insulina.

Asimismo, está contraindicada en pacientes con enfermedad renal crónica severa, anafilaxis a gadolinio y asma, a pesar de que, con los fármacos empleados en la actualidad, esta última contraindicación es relativa.

«Durante la administración del fármaco el paciente presentará aumento de la frecuencia cardíaca, ligeras molestias torácicas o de cabeza y, ocasionalmente, sensación de falta de aire, pero son síntomas de unos minutos de duración que siempre revertimos con su antídoto», aclara María Vázquez.

Si se sigue un tratamiento con betabloqueantes, es esencial interrumpirlo 48 horas antes del procedimiento. Durante las 24 horas previas tampoco se puede tomar cafeína ni sustancias que interfieran con el fármaco, como el café, el té, el chocolate o las bebidas estimulantes. Y en las 4 horas anteriores está prohibido el consumo de alimentos.

Una vez concluye la resonancia cardíaca de estrés y se comprueba que el paciente se halla en buen estado, podrá regresar a su hogar de inmediato y retomar su rutina sin ningún tipo de impedimento.

La resonancia cardíaca de estrés es una técnica de imagen que no emplea radiación

Los beneficios de la resonancia cardíaca de estrés

Esta prueba tiene un objetivo claro: detectar o descartar una posible isquemia miocárdica. Por esta razón, se suele llevar a cabo en los pacientes que acuden a la consulta con una clínica de dolor torácico o manifestaciones que puedan hacer sospechar a los profesionales de una lesión en las arterias coronarias.

La resonancia cardíaca de estrés también sirve para descubrir si las arterias cuya anatomía ya se conoce tienen una repercusión funcional. Como se somete al corazón a un mayor nivel de estrés, se puede observar de cerca si la zona irrigada por dichas arterias recibe o no el suficiente volumen de sangre.

Y, como señala la doctora Vázquez, permite salir de dudas cuando los pacientes, a pesar de presentar síntomas muy sugestivos, no tienen lesiones en las arterias principales: «Podemos analizar si, efectivamente, hay zonas donde no le llega bien la sangre porque está afectada la microcirculación, es decir, vasos de pequeño calibre que no podemos ver en las angiografías o en los TACs de coronarias».

La resonancia cardíaca de estrés, por tanto, va mucho más allá que el resto de pruebas. Funciona como una lupa de múltiples aumentos, y proporciona una información muy valiosa y objetiva con la que se pueden descubrir afecciones que, de otro modo, podrían pasar inadvertidas.

«En la misma prueba podemos evaluar alteraciones de las válvulas cardíacas, valorar la motilidad del músculo, el tamaño de las cavidades cardíacas y si ya existe cicatriz o infarto antiguo. Todo ello lo podemos medir de forma cuantitativa, tanto la zona de hipoperfusión como la zona de cicatriz», añade la especialista del Hospital San Rafael de A Coruña.

Las diferencias con respecto a otras pruebas

Existe un amplio abanico de técnicas para diagnosticar y manejar la cardiopatía isquémica. Una de las más frecuentes, por ejemplo, es la ergometría convencional, popularmente conocida como prueba de esfuerzo. En ella, los médicos observan los cambios que se producen en el electrocardiograma cuando un paciente hace ejercicio físico en un cicloergómetro o en una cinta.

No obstante, esta prueba entraña una serie de limitaciones, puesto que hay personas que no pueden caminar, no logran adaptarse a la cinta o tienen alteraciones del electrocardiograma tanto en reposo como durante el ejercicio.

Para aumentar la fiabilidad es habitual realizar un ecocardiograma de esfuerzo o de estrés con fármacos, que resulta especialmente útil para las personas con las limitaciones previas. Esta técnica emplea los ultrasonidos para obtener información sobre las arterias, pero las imágenes no siempre cuentan con la calidad suficiente, lo que obstaculiza su interpretación.

«La resonancia magnética solventa estos problemas y, además, detecta en un paso anterior si el músculo sufre o no», asegura María Vázquez. La doctora también destaca que la inteligencia artificial, unida a los protocolos rápidos, convertirá a la resonancia cardíaca de estrés «en una técnica de imagen muy competitiva».

Una inmersión en la cascada isquémica

Pero, ¿a qué nos referimos exactamente cuando decimos que la resonancia cardíaca de estrés detecta el sufrimiento del músculo en un paso anterior? Para entender esto es necesario comprender las cuatro etapas de la cascada isquémica, un concepto muy extendido en Cardiología.

Cuando hay una lesión en una arteria coronaria, el primer indicio es la aparición de una zona de hipoperfusión. Y esta disminución del flujo de sangre solo se descubre mediante la resonancia cardíaca de estrés.

Posteriormente, surgen las alteraciones de la contractibilidad, que se detectan en el ecocardiograma, a las que les siguen las alteraciones del electrocardiograma, valoradas mediante la prueba de esfuerzo.

Por último, llega la cuarta y última fase: la clínica del dolor torácico, cuando finalmente el paciente experimenta las molestias y decide acudir a un centro de salud.

La resonancia cardíaca de estrés es, por consiguiente, la prueba más precisa y que más información aporta, pues incide directamente en el origen de la isquemia. Sin embargo, no es incompatible con las demás. Todo lo contrario. Las tres se complementan entre ellas, y permiten conocer más acerca de la posible cardiopatía isquémica para así dar con el tratamiento más adecuado.

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