Los infartos silentes son eventos vasculares cerebrales que con frecuencia presentan una ausencia de síntomas, lo que complica su detección
Cada año, en España, unas 120.000 personas sufren un ictus. Un evento vascular cerebral cuya manifestación física es visible tanto para el paciente como para su entorno. Una enfermedad que, según la Sociedad Española de Medicina de Urgencias, presenta una elevada tasa de mortalidad: 1 de cada 6 pacientes pierden la vida a causa del ictus. Ocurre que hay otro infarto cerebral mucho menos conocido para la sociedad: son los infartos silentes, accidentes vasculares que no se presentan con síntomas.
Episodios médicos más difíciles de diagnosticar, por cuanto no se manifiestan con efectos tan visibles como el ictus: pérdida de fuerza en la cara o en los brazos y piernas de un mismo lado, desviación de la comisura de la boca, alteración repentina del habla… Pero el infarto silente no es en ningún caso relegable desde el punto de vista médico.
Esa ausencia de síntomas puede provocar que el infarto silente pase inadvertido para el paciente. Con el tiempo, no obstante, puede acabar generando graves problemas de salud. Y es que esta clase de episodios tienen un elevado grado de recurrencia. Y esa frecuencia puede acabar desencadenando en el paciente cuadros de demencia o incluso, en el peor de los casos, el fallecimiento.
Aunque las estadísticas de secuelas y fallecimientos provocadas por ictus han centrado la atención pública en esta clase de episodios, los estudios más solventes son bastante elocuentes: la sociedad debería prestar más atención a los infartos silentes.
La Escuela de Medicina de Harvard publicó hace unos años un estudio que revelaba un dato inquietante: la cantidad de infartos silentes es mayor que la de ictus sintomáticos. Es más, los investigadores calculan que más de un tercio de las personas mayores de 70 años ha experimentado un infarto silencioso en algún momento.
¿Cómo se manifiestan los infartos silentes?
Al igual que en el ictus que provoca síntomas, el origen del infarto silente parte de un mismo supuesto: la interrupción del flujo sanguíneo en un punto del cerebro. Lo explica la doctora Cristina Sueiro, especialista del Servicio de Neurología del Hospital San Rafael de A Coruña: «A menudo, pueden ocurrir en el cerebro pequeños infartos cerebrales que, por su localización y tamaño, son asintomáticos, es decir, no provocan síntomas en el momento en el que se producen, y por ello pasan inadvertidos para el paciente».
El problema con los infartos silentes radica en su recurrencia. «Cuando son pocos, pequeños, y se encuentran separados entre sí, son imperceptibles. Sin embargo -continúa la neuróloga-, el acúmulo de estos infartos puede provocar un daño cerebral más extenso que provoque síntomas neurológicos como problemas cognitivos hasta el punto de desarrollar una demencia, trastornos de la marcha, problemas en el lenguaje…»
¿Cómo se diagnostica el infarto silente?
Para el profesional, diagnosticarlo no siempre es fácil porque estos infartos silenciosos solo son identificables a través de una resonancia magnética o una tomografía computerizada. En ocasiones, estos infartos aparecen representados como un pequeño puntito en la pantalla.
«En caso de detección de infartos silentes en una prueba de imagen cerebral, es probable que su médico le solicite una analítica completa, una ecografía carotídea e incluso un estudio cardiológico para determinar las causas de los infartos y adoptar el tratamiento farmacológico oportuno», detalla la doctora Sueiro.
Los factores de riesgo principales que pueden desencadenar estos episodios son la hipertensión arterial, la hipercolesterolemia, la diabetes mellitus, el tabaquismo y la propia edad avanzada. Es por ello que la recomendación médica más extendida a la hora de hablar de los infartos silentes es en cierta medida obvia: la prevención.
Sea como fuere, las personas de edad avanzada, aquellas que padecen hipertensión arterial o diabetes mellitus, o los fumadores, deberían estar especialmente sensibilizadas con la prevención de estos episodios.
Los fármacos antiagregantes y las estatinas, así como el control exhaustivo de la presión arterial y la creación de estilos de vida saludables pueden resultar de gran ayuda para contener unos infartos silentes que con frecuencia viven bajo el radar.
Ya lo decía Erasmo: «Mejor es prevenir que tener que curar»…