En los pacientes hospitalizados que presentan un fracaso renal agudo, la tasa de mortalidad es del 23%. En el caso de los ingresados en la UCI, la aparición de insuficiencia renal aguda aumenta la mortalidad a un 65%. En ambos casos la tercera parte de los supervivientes padecerá insuficiencia renal crónica. Unos porcentajes que revelan la verdadera gravedad de la enfermedad renal, una patología tan frecuente como severa.
«La enfermedad renal constituye un problema de primer orden desde el punto de vista de la salud pública. En torno a un 15 % de la población padece esta dolencia y una gran parte ni siquiera lo sabe», sostiene María Isabel Rodríguez Lozano, especialista en Nefrología del Hospital San Rafael de A Coruña.
Según la Asociación para la Lucha Contra las Enfermedades de Riñón, hay cerca de siete millones de españoles que conviven con esta afección. Y las perspectivas de futuro no son buenas. Los cálculos indican que, si no se hace nada al respecto, estos números no van a dejar de incrementar. En el 2040, la enfermedad renal ya podría convertirse en la quinta causa de muerte. Y a finales de siglo podría llegar a ocupar el primer puesto.
Por este motivo, diferentes sociedades científicas y de pacientes, tanto europeas como americanas, han bautizado a esta década como la Década del Riñón. Una iniciativa que pretende concienciar y dar visibilidad a esta afección, con el objetivo de conseguir más inversión en investigación y así mejorar su prevención, diagnóstico y tratamiento.
Como señala la doctora Lozano, esta es «una enfermedad de mal pronóstico con un elevado coste sanitario y una significativa disminución de la calidad de vida». Pero su prevención puede ser muy sencilla, y por eso es tan importante poner el foco sobre ella.
Para comprender en profundidad qué es la enfermedad renal es indispensable conocer la misión de los órganos afectados por esta patología.
Los riñones son un órgano vital, es decir, no se puede vivir sin ellos. La misión más conocida de los riñones es la filtración y purificación de la sangre, es decir, eliminar, a través de la orina que producen, el exceso de líquidos y los desechos como la urea, la creatinina y también tóxicos como son, por ejemplo, restos de medicamentos que tomamos.
Pero también tienen otras funciones menos conocidas como es su papel fundamental en la corrección de la anemia mediante la producción de eritropoyetina, la regulación de la tensión arterial y en la salud de los huesos, entre otras. Influyen, por tanto, en el funcionamiento de otros órganos y de forma muy directa en el corazón y vasos sanguíneos.
La pérdida de función de los riñones puede ocurrir de forma rápida, aguda, o bien de forma gradual y progresiva, crónica. Se describen cinco etapas o grados, dependiendo del nivel de daño. El grado más avanzado es el 5. Cuando la tasa de filtración glomerular es inferior a 15 ml/min se alcanza el quinto y último nivel, en el que la función de los riñones empieza a no ser suficiente para mantener la vida de las personas. En este momento es cuando planteamos la necesidad de iniciar los tratamientos que sustituyen la función renal, de forma transitoria en los casos reversibles, o definitiva cuando ya es irreversible.
Como muchas otras afecciones, la enfermedad renal apenas produce síntomas hasta que no se halla en un estadio muy avanzado. Esto representa un gran obstáculo para su detección y, como recalca la doctora Lozano, repercute de modo directo en el bienestar de los pacientes: «Cuanto antes se diagnostique la enfermedad, antes podemos actuar para frenar su progresión y menor será su impacto en la salud y en la calidad de vida».
Algunos de los síntomas que pueden funcionar como alerta son la nicturia (la necesidad de levantarse varias veces a orinar durante la noche), la hinchazón de los pies y los párpados como consecuencia de la retención de líquidos, el mal sabor de boca, la presencia de espuma en la orina (con o sin cambio de coloración), los calambres, el insomnio o el cansancio. Pero, en general, son manifestaciones muy inespecíficas.
«Debemos centrarnos en qué grupo de población es más proclive a desarrollar enfermedad renal, es decir, en las personas que presentan factores de riesgo. A este grupo debería sometérsele a un cribado sencillo, que consiste en recoger su historia clínica, medir la tensión arterial y hacer un análisis de sangre y de orina básicos», explica la doctora.
Los profesionales de la salud examinan estos análisis en busca de un aumento de toxinas en sangre como la urea, el ácido úrico o la creatinina o de posibles alteraciones de electrolitos como el potasio o el calcio, así como la aparición de proteínas y/o sangre en la orina, que pueden revelar la existencia de una enfermedad renal.
Pero, ¿cuáles son los factores de riesgo que juegan en contra de los pacientes? Existen una serie de factores que incrementan, en mayor o en menor medida, la posibilidad de sufrir algún daño renal.
La edad desempeña un papel relevante, ya que esta afección es más común en las personas mayores de 60 años. Asimismo, no hay que descuidar otros factores como un bajo peso al nacer, una historia familiar en enfermedad renal, ser de raza negra o asiática, una disminución de la masa renal o padecer obesidad, diabetes o hipertensión arterial. Precisamente, estas dos últimas patologías son dos de las causas más frecuentes de enfermedad renal crónica.
Es indispensable corregir o controlar estos factores cuando sea posible, puesto que el primer paso es siempre la prevención. Ahora bien, ¿realmente se puede hacer algo para evitar o retrasar su aparición?
«Tenemos unas medidas generales que, además de prevenirla, también previenen enfermedades en otros órganos vitales, como por ejemplo el cerebro, hígado, corazón… Se trata de medidas sencillas como llevar una vida activa, haciendo ejercicio físico de modo regular», indica María Isabel R. Lozano.
Al mismo tiempo, es crucial abandonar las sustancias tóxicas como el alcohol o el tabaco, y poner la lupa sobre los hábitos alimenticios. Eliminar los azúcares refinados, los zumos, los refrescos, las grasas saturadas, la bollería industrial, los rebozados, los alimentos procesados… También resulta de gran ayuda disminuir el consumo de carnes, evitar los excesos con la sal y dar más protagonismo a las verduras, las hortalizas, las legumbres y las frutas. En definitiva, hay que seguir una dieta saludable e hidratarse adecuadamente.
«Otro elemento a tener en cuenta es mantener el peso que nos corresponde por estatura o peso ideal. Asimismo, debe hacerse especial hincapié en evitar todos los fármacos que no sean imprescindibles y que, cuando haya que tomarlos, deberá ser siempre bajo prescripción facultativa», apunta la especialista en Nefrología.
Una vez se ha diagnosticado la enfermedad renal es preciso conocer la causa y cómo de avanzada está. Es decir, en cuál de los cinco estadios se sitúa el paciente. Esta información permite recomendar el tratamiento más adecuado para evitar o retrasar el deterioro de la función renal todo lo posible y mejorar así el bienestar de la persona afectada. A fin de cuentas, las complicaciones asociadas a esta afección pueden ser muy graves, dado que puede llegar a provocar la muerte.
Hay muchas enfermedades que pueden originar o agravar una insuficiencia renal: las enfermedades sistémicas como las autoinmunes, las neoplasias, las enfermedades genéticas, metabólicas, infecciosas…
En otras ocasiones, la solución pasa a ser parte del problema, ya que muchos procesos terapéuticos agresivos, tan necesarios para tratar otras patologías, empeoran el estado de los riñones de forma considerable.
«La enfermedad renal, por sí misma, es un factor muy importante de riesgo cardiovascular y, a su vez, los pacientes renales tienen incluso más riesgo de morir por patología cardiovascular que de llegar a entrar en diálisis», recuerda la doctora del Hospital San Rafael.
No obstante, se han identificado un conjunto de factores que pueden llegar a predecir la progresión de la enfermedad renal y a los que, por consiguiente, hay que prestar especial atención.
Entre ellos se encuentran pertenecer al sexo masculino o a la raza negra, la proteinuria (aparición de proteínas en la orina), la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, la enfermedad cardiovascular, el tabaquismo, la obesidad, el tratamiento crónico con AINES (antiinflamatorios no esteroideos), la obstrucción del tracto urinario, la acidosis metabólica, el empleo de nefrotóxicos, haber tenido una insuficiencia renal aguda o haber sido ingresado repetidas veces debido a una insuficiencia cardiaca.
«Dependiendo de la gravedad de la enfermedad renal, esta se maneja inicialmente por el médico de cabecera y, en los casos necesarios, por el especialista de Nefrología. El objetivo siempre es conocer la causa para tratarla cuando sea posible y eliminar o disminuir los factores de progresión modificables», afirma María Isabel R. Lozano.
Los medicamentos denominados renoprotectores han demostrado su utilidad a la hora de ralentizar el deterioro de la función de los riñones. Sin embargo, es indispensable ajustar las dosis de estos y de otros medicamentos al grado de función renal, evitando además el abuso del paracetamol y el consumo de fármacos nefrotóxicos, entre los que se hallan los antiinflamatorios no esteroideos, los antibióticos o los contrastes iodados.
Para la insuficiencia renal en su fase final hay dos tratamientos principales, ambos destinados a sustituir la función de los riñones y evitar la muerte: la diálisis o el trasplante de riñón (procedente tanto de un donante vivo como de un cadáver).
Existen dos tipos de diálisis, un proceso creado para extraer de forma artificial los desechos y el exceso de agua. La hemodiálisis se sirve de una máquina externa para filtrar la sangre, extrayéndola mediante la realización de una fístula arteriovenosa en el brazo o con el uso de un catéter. Suelen hacerse varias sesiones a la semana, de unas horas de duración, y tienen lugar en el centro médico, para que los profesionales puedan atender cualquier imprevisto, o bien en el domicilio del paciente después de un entrenamiento para el paciente y su entorno.
Por su parte, la diálisis peritoneal se sirve de la membrana peritoneal, que recubre el abdomen, para filtrar la sangre. Para realizarla es preciso realizar una pequeña intervención quirúrgica al paciente para introducir el catéter en el abdomen, después se le instruye para que realice el tratamiento desde su hogar de manera independiente, sin necesidad de acudir al hospital. Esta técnica puede realizarse de forma manual o mediante una máquina que realiza los intercambios de líquido programados por las noches.
«Hemos progresado mucho en cuanto a la tolerancia y eficacia del tratamiento, el control de la anemia, las alteraciones óseo-minerales… Pero queda mucho por hacer para mejorar la calidad de vida y el pronóstico de este grupo de población. Afortunadamente, los avances aportados por la investigación invitan al optimismo», concluye la doctora Lozano.
La identificación de los síntomas y los factores de riesgo facilita, junto con la realización de las pruebas pertinentes, la detección precoz. Y esta, unida a los avances en los tratamientos realizados por especialistas como los del Hospital San Rafael de A Coruña, resulta clave para combatir la mortalidad y atenuar los impactos negativos en el bienestar de las personas afectadas por la enfermedad renal.