Sí, los huesos también pueden sufrir infartos. Lamentablemente, no siempre se presentan con el drama que uno podría esperar de una situación de urgencia médica.
Un infarto de rodilla puede experimentarse como un simple dolor en la articulación, tal vez un poco de hinchazón que impide doblar la pierna. A nadie se le ocurre pensar que puede estar sufriendo un infarto.
Más bien, uno puede atribuir el dolor a un golpe, una antigua lesión que vuelve a dar la lata, achaques propios de la edad… La primera reacción puede ser aplicar una compresa fría, una crema inflamatoria y esperar a que se pase. Pero no se pasa.
Cuando el infarto de rodilla empieza a dar síntomas, el factor tiempo es esencial. Un diagnóstico temprano permite sanar completamente la articulación, pero cuanto más se tarde en recibir tratamiento, más probable es que el hueso muera y sea necesario recurrir a una prótesis de rodilla.
«Es muy importante que el paciente entienda la patología y confíe en nosotros como especialistas en su dolencia», remarca el doctor Óscar Gayoso Rey, especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología.
Con el consejo experto del cirujano del Hospital San Rafael de A Coruña, explicamos qué es un infarto de rodilla y cómo es el tratamiento con los últimos avances farmacológicos y quirúrgicos.
El infarto óseo es, en principio, lo mismo que un infarto de corazón: muerte celular causada por falta de riego sanguíneo puntual o prolongado. La diferencia es que se produce en el interior del hueso.
El infarto de rodilla es la forma coloquial por la que se conoce la osteonecrosis de rodilla. Por lo general, el hueso afectado suele ser el extremo inferior del fémur; en concreto, el área del cóndilo medial.
Cuando los vasos sanguíneos presentes en el fémur se obstruyen, ya sea por un trombo, una embolia o un traumatismo, las células del hueso y de la médula ósea dejan de recibir oxígeno y nutrientes, lo que provoca la muerte (necrosis) del hueso (osteo).
A medida que el tejido óseo muere por la falta de sangre, el hueso se debilita desde el interior, se producen pequeñas fracturas, y la superficie ósea termina por colapsar, destruyendo la articulación de la rodilla. Llegados a este punto, la única solución es la cirugía. Pero si se detecta en fases tempranas, es posible recuperar la salud del hueso.
El síntoma principal del infarto de rodilla es el dolor intenso en la articulación, que puede ir acompañado de hinchazón. Esto limita el rango de movilidad de la rodilla y suele causar cojera al no poder apoyar la pierna.
El infarto de rodilla se diagnostica con más frecuencia en pacientes de entre 30 y 50 años, aunque se sospecha que muchos casos de artrosis terminal en personas mayores de 60 años empezaron con una osteonecrosis que pasó desapercibida.
La aparición de los síntomas puede ser repentina o gradual, en función de la causa tras la afección. Se distinguen tres tipos de infarto de rodilla:
Ante un dolor persistente en la rodilla, es importante acudir al traumatólogo para un diagnóstico específico de la causa. Un examen médico detallado puede descartar otras patologías que también causan dolor, como artritis, una infección o una fractura.
La resonancia magnética es la prueba por excelencia para el diagnóstico del infarto de rodilla. Permite observar con nitidez las estructuras de la articulación y detectar la osteonecrosis en las fases iniciales, antes de que haya daños significativos. En una radiografía no siempre se puede detectar, a no ser que el daño óseo esté ya muy avanzado.
Las probabilidades de una recuperación total mejoran con un diagnóstico temprano.
El tratamiento del infarto de rodilla va a depender de la gravedad de los síntomas y de lo avanzado que esté el daño óseo. Cuando se detecta pronto y la lesión es limitada, puede ser suficiente con tratar el dolor y darle reposo a la articulación para que el tejido se recupere.
En primera instancia, los antiinflamatorios no esteroideos son la elección preferencial para aliviar el dolor y reducir la inflamación. También se puede considerar el uso de ciertos medicamentos para mejorar la circulación sanguínea o para la osteoporosis, como los bifosfonatos, que favorecen la remodelación del hueso.
«Es importante tener paciencia y cumplir los tratamientos tal y como los recomendamos, ya que la recuperación del hueso lleva su tiempo», apunta el doctor Gayoso.
Cuando el dolor es muy intenso, existen opciones de tratamiento de dolor más intensivas, como infiltraciones con factores de crecimiento. Esta terapia consiste en inyectar un concentrado de plaquetas ricas en estos factores de crecimiento directamente en la articulación o en el hueso.
La investigación en terapia con células madre está dando buenos resultados y podría convertirse pronto en una opción interesante para tratar el dolor y mejorar la función articular.
A nivel de movilidad, es esencial descargar el peso de la articulación, por lo que suele ser necesario el uso de muletas para caminar. La fisioterapia y el ejercicio controlado para fortalecer la musculatura de la rodilla sin sobrecargar la articulación también ayudan a la recuperación.
Hay que tener en cuenta que, a pesar de que el pronóstico del infarto de rodilla es bueno cuando se detecta pronto, el proceso de recuperación es lento y el dolor puede tardar meses en desaparecer por completo.
En las fases más avanzadas del infarto de rodilla, cuando el daño afecta a una parte importante del hueso, se pueden considerar diversas opciones quirúrgicas.
El objetivo de la cirugía para tratar el infarto de rodilla, siempre que sea posible, es conservar la articulación. En este sentido, existen varias técnicas interesantes en función de la gravedad del caso:
La última opción y la definitiva es el reemplazo de la articulación por una prótesis con una artroplastia de rodilla. La artroplastia puede ser total o parcial, dependiendo de si se sustituye una parte del hueso o la articulación al completo.
Las prótesis de rodilla modernas pueden durar entre 15 y 25 años antes de necesitar un reemplazo. Aun así, sigue siendo una opción de último recurso, especialmente si el paciente es joven.
Hoy en día, la cirugía de rodilla se realiza con técnicas mínimamente invasivas. En lugar de abrir la rodilla con un gran corte que tarda meses en curar por completo, se realizan pequeñas incisiones a través de las que se introducen una cámara y el instrumento necesario para la operación.
El daño a los tejidos es mínimo, las cicatrices minúsculas y, lo más importante, se puede hacer con anestesia regional y permite operar a pacientes que no pueden someterse a cirugías más agresivas por edad o comorbilidades.
Además, con el programa de recuperación acelerada, un paciente que se opera de un infarto de rodilla puede salir del hospital horas después de la cirugía, caminar desde el primer momento ayudado de muletas y volver a hacer vida normal en pocas semanas.
El tratamiento efectivo del infarto de rodilla requiere de un equipo multidisciplinar en el que colaboren especialistas en traumatología, reumatología, cirugía, enfermería, anestesiología y fisioterapia, como el que conforma la Unidad de Cirugía de Cadera y Rodilla del Hospital San Rafael de A Coruña.