Con motivo del Día Internacional de la Epilepsia, en el Hospital San Rafael de A Coruña hemos elaborado una guía de la mano de la neuróloga Cristina Sueiro con todas las claves de esta afección
Alrededor de 50 millones de personas padecen epilepsia en todo el mundo. No obstante, la Organización Mundial de la Salud calcula que, con un tratamiento adecuado, siete de cada diez podrían vivir sin convulsiones. Conocer en qué consiste este trastorno neurológico y las medidas de prevención y solución más eficaces resulta, por tanto, indispensable.
Con este objetivo se celebra precisamente el Día Internacional de la Epilepsia. Una efeméride que tiene lugar el segundo lunes de febrero de cada año y que busca aumentar la concienciación y desterrar los estigmas sobre esta enfermedad. Pero a día de hoy todavía persisten multitud de incógnitas.
¿Por qué se producen las convulsiones? ¿Qué señales advierten de la proximidad de un ataque? ¿Es posible la prevención de la epilepsia? ¿Cómo se debe ayudar a una persona que está sufriendo una crisis? ¿Es cierto el mito de tragarse la lengua? ¿Cuáles son los tratamientos más habituales?
Desde el Hospital San Rafael de A Coruña queremos despejar todas las dudas sobre esta patología, y por eso hemos charlado con Cristina Sueiro, especialista en Neurología. En esta entrevista, la doctora recopila los distintos tipos de crisis, se adentra en las causas que pueden desencadenar la epilepsia y explica los tratamientos más efectivos para mejorar el bienestar de los pacientes y tratar de evitar las convulsiones.
¿Qué es la epilepsia?
La epilepsia es un trastorno que tiene su origen en el cerebro y que se caracteriza por la presentación de crisis epilépticas, que son episodios clínicos en los que un paciente sufre una actividad neuronal anormal, excesiva y descontrolada, provocándole alteraciones involuntarias e incontrolables en su consciencia, sus movimientos, sus percepciones, su comportamiento…
¿Qué tipos de crisis epilépticas existen?
En la clasificación de las crisis epilépticas diferenciamos fundamentalmente dos tipos de crisis.
Las crisis focales empiezan en una zona específica del cerebro, pudiendo o no propagarse al resto de la corteza cerebral, a lo que llamaríamos “generalización secundaria”. Dentro de las crisis focales distinguimos:
- Simples: no alteran la consciencia del individuo, y según los síntomas que dan se distinguen en motoras, sensitivas, afásicas, visuales, auditivas, olfatorias…
- Complejas: alteran el nivel de consciencia, y pueden ocurrir movimientos complejos, muecas, sonidos, lenguaje incoherente (que a veces erróneamente puede confundirse con una crisis generalizada tipo ausencia).
Las crisis generalizadas afectan desde el principio a todo el cerebro simultáneamente. Se distinguen:
- Tipo Ausencia (de pequeño mal): altera el nivel de consciencia mientras el individuo (fundamentalmente ocurren en niños) para su actividad y se queda mirando a un punto fijo. Cuando cede, continúa realizando la actividad previa, sin percatarse de que ha sufrido el episodio.
- Tónico-clónicas: ocurre una fase tónica en la que el sujeto se cae al suelo hacia atrás, rígido, sin conocimiento, seguido de una fase clónica en la que el paciente presenta los conocidos movimientos convulsivos repetitivos. Se suceden de un estupor posterior.
- Tónicas: tras una pérdida repentina de la consciencia, los músculos de todo el cuerpo se contraen y sufren una hiperextensión brusca.
- Mioclónicas: provocan sacudidas bruscas y rápidas de las extremidades, que duran escasos segundos.
- Atónicas: en este tipo de crisis los músculos de todo el cuerpo pierden su tono, se relajan y la persona cae al suelo fláccido.
¿Cuáles son las señales que pueden alertar de las crisis?
Si repasamos la clasificación de las crisis epilépticas, entenderemos que las señales para poder identificarlas uno mismo en el caso de las crisis focales son la aparición de un episodio brusco en que sientes hormigueo en una parte del cuerpo, que una parte del cuerpo se le mueve repetidamente de forma involuntaria, o la percepción de estímulos visuales, auditivos u olfatorios que no tienen un origen externo.
En las crisis parciales complejas a veces la persona puede sentir una sensación extraña, anómala, previa al episodio, pero luego habrá una amnesia de lo sucedido, por lo que son los testigos los que pueden percatarse de que está inconsciente, “como ausente”, y haciendo algún movimiento, giro de la cabeza, mirada perdida hacia algún lado…
En las crisis generalizadas ya observamos que de forma brusca el paciente se cae al suelo rígido e inconsciente y luego empieza a convulsionar, pudiendo apretar la mandíbula (con la consecuente mordedura en los laterales de la lengua), orinarse, espumar saliva… quedándose posteriormente estuporoso, adormilado, y luego desorientado, durante varios minutos.
Tanto las crisis parciales como generalizadas suelen durar unos segundos o escasos 1-2 minutos, aunque es habitual que a los testigos de una crisis convulsiva les parezcan episodios más largos por lo aparatosas que son y por el estupor posterior.
¿A qué complicaciones podrían enfrentarse los pacientes con epilepsia?
Las crisis parciales que no afectan al nivel de consciencia suelen ser más banales. El riesgo radica en aquellas crisis en las que se afecta el nivel de consciencia, puesto que según la actividad que estén realizando, pueden poner en peligro su vida (por ejemplo, conduciendo, nadando…).
Además, las crisis generalizadas de por sí suponen mayor riesgo por las complicaciones del propio traumatismo al caer rígidos inconscientes contra el suelo y sin previo aviso, así como las propias convulsiones que tienen mayor riesgo de luxaciones u otros daños en las extremidades.
Presentar una crisis epiléptica de más de 5 minutos de duración supone que esa crisis se haya convertido en lo que conocemos como “estatus epiléptico”, que es una emergencia vital, pudiendo provocar complicaciones neurológicas y sistémicas.
La mordedura lingual lateral es una complicación frecuente en las crisis convulsivas, pero no suele suponer un riesgo elevado salvo en pacientes que están anticoagulados. Sin embargo, sí supone un mayor riesgo de lesiones el intentar meter objetos en la boca del paciente para evitar que “se trague la lengua”, ya que esto es un mito.
Cuando metemos un objeto en la boca de un paciente con trismus mandibular, podemos provocar atragantamientos, ahogamientos, rotura de piezas dentarias, luxación mandibular e incluso daño a terceras personas con mordeduras en sus manos.
¿Cómo se debe actuar entonces ante un paciente que está sufriendo una convulsión?
Lo primero y más difícil es: mantener la calma y pedir ayuda.
Si el paciente está ya en el suelo, hay que intentar apartar objetos con los que pueda hacerse daño y proteger sobre todo su cabeza frente a traumatismos. Como decía antes, no se debe introducir nuestra mano ni ningún otro objeto en su boca, a pesar de que nos parezca que se está ahogando (sólo cuando ya ha pasado la rigidez mandibular, y si luego persiste en bajo nivel de consciencia, un sanitario puede que introduzca un tubo de Guedel para asegurar la apertura de la vía aérea).
Si no lo está, y cuando sea posible, hay que colocar su cuerpo en decúbito lateral izquierdo para evitar una aspiración en caso de presentar vómitos. Y luego sólo queda esperar a que el paciente vaya despertando, siempre que estemos seguros de que respira y tiene pulso cardíaco. No acelera su recuperación intentar agitarlo, ni gritarle, ni promover que se levante.
¿Es posible prevenir las crisis epilépticas de alguna manera? ¿Qué buenos hábitos deberían seguir las personas afectadas?
A cualquier paciente que ha sufrido una crisis epiléptica, su neurólogo le habrá insistido en la importancia de dormir bien. Los cambios en las rutinas del sueño, dormir poco, trabajar a turnos… son factores predisponentes a sufrir una crisis epiléptica.
Asimismo, insistimos siempre en la abstención del consumo de alcohol y otras drogas, ya que disminuyen el umbral convulsivo. Hay medicamentos que pueden tener este efecto, por lo que los médicos lo deben tener en cuenta a la hora de pautárselos a pacientes con una historia conocida de epilepsia.
Recomendamos siempre una dieta sana y equilibrada, hacer ejercicio físico de forma regular, y evitar los factores estresantes.
Además, aunque no vayan a prevenir las crisis, sí indicamos siempre evitar situaciones de riesgo en las que padecer una crisis epiléptica pueda poner en riesgo su vida o la de los demás, como conducir, practicar escalada o submarinismo, manejar armas de fuego…
¿Cómo diagnostican los profesionales de la salud esta afección?
El diagnóstico de la epilepsia es eminentemente clínico, apoyado por pruebas complementarias como el TAC craneal, la resonancia magnética cerebral y el electroencefalograma (EEG).
Como decía, el diagnóstico comienza por una sospecha clínica: necesitamos una descripción detallada de los episodios, conocer su duración, sus características, cada movimiento que haga el paciente, o incluso hacia qué lado gira la cabeza o desvía la mirada. Esto nos ayuda a diferenciar una crisis epiléptica de otros trastornos neurológicos focales o de trastornos con afectación de la consciencia, e incluso sólo por la descripción podemos saber en qué lugar del cerebro tiene su origen.
Las pruebas complementarias son fundamentales: el TAC o la RM nos ayudarán a buscar lesiones cerebrales que puedan ser causa de epilepsia, y el EEG nos va a aportar datos sobre la actividad cerebral, pudiendo detectar una actividad neuronal anómala en alguna zona en concreto que sea origen de la crisis.
En cualquier caso, incluso en una persona que tenga una lesión cerebral en una prueba de imagen, y una actividad anómala en un EEG, si no ha presentado clínicamente al menos un episodio sugestivo de crisis epiléptica, no se puede decir que padezca epilepsia.
¿Qué causas se hallan detrás de la epilepsia? ¿Qué papel desempeñan los factores genéticos a la hora de aumentar el riesgo de padecerlas?
Las causas de la epilepsia son múltiples, aunque en casi 2 de cada 3 pacientes con epilepsia se desconoce su causa (criptogénica o idiopática).
Otras veces se debe a lesiones cerebrales congénitas (presentes al nacimiento) como la hipoxia cerebral, infecciones uterinas… o adquiridas a lo largo de la vida como ictus, tumores, infecciones, traumatismos, o demencias como el Alzheimer.
Puede haber también síndromes epilépticos, que se caracterizan por un conjunto de síntomas que incluyen crisis de epilepsia, y presentan signos y patrones comunes como la edad de aparición, el tipo de crisis o la respuesta al tratamiento.
Las causas genéticas desempeñan un papel fundamental en varios tipos de epilepsias, así como el carácter hereditario de algunas entidades como la fenilcetonuria o las facomatosis, que dan lugar a crisis epilépticas. También están implicadas en determinados síndromes epilépticos. El carácter familiar de varios tipos de epilepsias se conoce desde la antigüedad.
¿Cuáles son los tratamientos más populares para hacerle frente? ¿Son eficaces las terapias como la estimulación del nervio vago o la estimulación cerebral profunda?
El tratamiento más empleado en el control de las crisis es el farmacológico. Puede que sea necesario pautarlo durante varios años, o incluso hay pacientes en los que está indicado un tratamiento de por vida. Puede requerir ajustes de dosis hasta alcanzar el máximo beneficio con los mínimos efectos adversos.
Efectivamente, el estimulador del nervio vago es un tratamiento efectivo para el control de las crisis epilépticas, previniendo su aparición y acortando su duración. El nervio vago sube por ambos lados del cuello hacia el cerebro, y el estimulador lo que hace es enviar impulsos eléctricos a ese nervio, que a su vez los envía al cerebro, controlando esa actividad eléctrica anómala que tiene lugar durante una crisis epiléptica. Está indicado sobre todo para pacientes que no responden bien a la terapia farmacológica, pero no son candidatos a la cirugía.
Si la epilepsia no responde a varios intentos con distintos fármacos, existen otras alternativas como el tratamiento quirúrgico mediante resección del área cerebral que produce las crisis (cirugía resectiva) o la colocación de dispositivos electrónicos (cirugía funcional).
La estimulación cerebral profunda pertenece a este tipo; si bien es una técnica todavía en desarrollo con la indicación de epilepsia, es más empleada para tratar temblor esencial, enfermedad de Parkinson o trastornos psiquiátricos graves.
Otro tratamiento menos conocido para la epilepsia farmacorrefractaria es la administración de una dieta cetogénica, que consiste en el incremento del aporte de grasa. Se mantiene el aporte de proteínas, pero se restringe el aporte de hidratos de carbono, buscando mimetizar el metabolismo del ayuno y favoreciendo la síntesis de cuerpos cetónicos como principal fuente de energía.