
Los broncodilatadores, los corticosteroides, la inmunoterapia o la terapia biológica son algunas de las alternativas más efectivas para el tratamiento del asma
Para la mayoría de personas, respirar es un acto mecánico. Para otras, es una lucha constante. Actividades aparentemente sencillas como correr o subir unas escaleras pueden representar un auténtico desafío para los pacientes asmáticos, que se podrían enfrentar a dificultades muy serias para respirar adecuadamente. En estos casos, el tratamiento del asma resulta indispensable para recuperar la normalidad.
«El asma es una enfermedad crónica de las vías respiratorias que se caracteriza por la presencia de inflamación y la obstrucción reversible del flujo de aire, lo que causa episodios de dificultad respiratoria, sibilancias, opresión en el pecho y tos», resume Irene Nieto Codesido, especialista en Neumología.
Durante un ataque de asma se produce una hinchazón del recubrimiento de los bronquiolos, que conlleva un estrechamiento de las vías respiratorias. En consecuencia, la cantidad de aire que circula hacia los pulmones disminuye. Esta falta de aire puede generar severas repercusiones en todas las facetas de la vida diaria, e incluso durante la noche, originando problemas para conciliar el sueño o para dormir.
Sin embargo, los síntomas del asma no son iguales para todo el mundo. Como recuerda la doctora del Hospital San Rafael de A Coruña, las manifestaciones «pueden variar en intensidad y frecuencia de una persona a otra, y pueden ser desencadenadas o exacerbadas por distintos factores: alérgenos, irritantes respiratorios, infecciones respiratorias, ejercicio físico…».
El tratamiento del asma, por consiguiente, debe personalizarse a la situación individual de cada paciente, con el fin de maximizar su eficacia.
En busca de los orígenes
Si bien no se conoce con exactitud la causa por la que aparece el asma, existe un consenso en cuanto a que se trata de una patología multifactorial, en la que entran en juego tanto la base genética como la interacción con un conjunto de factores ambientales.
Uno de los factores de riesgo más relevantes es, sin duda, la predisposición genética. Se ha comprobado que las probabilidades de padecer asma son mayores cuando hay antecedentes de esta afección o de otras enfermedades alérgicas en la historia familiar.
La exposición a alérgenos como el polen, los ácaros del polvo, los pelos de animales, los hongos y determinados alimentos también desempeña un papel crítico. Al igual que una historia de alergias, ya que el asma suele estar asociada a otras patologías como la dermatitis atópica o la rinitis alérgica.
De hecho, las alergias pueden incrementar considerablemente la gravedad de los ataques, como alerta la doctora Nieto: «Cuando una persona con alergias está expuesta a un alérgeno al que es sensible, su sistema inmunológico puede reaccionar de manera exagerada, desencadenando una serie de eventos que pueden empeorar los síntomas de asma o aumentar el riesgo de padecer la enfermedad».
Otro de los factores a tener en cuenta es la exposición a irritantes respiratorios, como el humo del tabaco, la contaminación del aire o los productos químicos, ya sea en el espacio de trabajo o en el propio hogar. Las infecciones virales respiratorias, por su parte, también elevan el riesgo de desarrollar asma, especialmente cuando surgen durante la infancia.
Para finalizar, es preciso mencionar la influencia de otros factores ambientales como la contaminación del aire, los climas fríos y secos, la exposición a humedad o los cambios climáticos repentinos.
¿Cómo se diagnostica el asma?
Por regla general, el asma tiende a presentarse durante los primeros años de vida. Es más, según la Asociación Española de Pediatría, se trata de una de las enfermedades crónicas con mayor prevalencia entre la población infantil, pues afecta a alrededor de 1 de cada 10 niños. No obstante, esta afección puede debutar a cualquier edad, incluso en la etapa adulta.
Por este motivo, resulta imprescindible acudir a la consulta de un profesional de la salud tan pronto como se experimentan dificultades para respirar, especialmente si es una situación recurrente.
Allí, los especialistas podrán inspeccionar la historia clínica y valorar los síntomas del paciente para confirmar o descartar el diagnóstico del asma. Para ello, llevarán a cabo diversos exámenes, entre ellos, las pruebas de función pulmonar o, si hiciese falta, las pruebas de alergias.
La espirometría con prueba broncodilatadora es una de las más conocidas. En esta técnica el paciente debe exhalar el mayor volumen de aire posible de forma rápida tras una inhalación, lo que permite a los médicos hacerse una idea de la función pulmonar.
«En ocasiones también se precisa completar el estudio con otras pruebas como la medición de FeNO (fracción exhalada de óxido nítrico), la prueba de provocación inespecífica o test de metacolina, la variación domiciliaria del PEF (flujo espiratorio máximo) o la comprobación de la respuesta clínica tras un ciclo de tratamiento con corticoide oral», recapitula Irene Nieto.
Una vez se ha confirmado el diagnóstico, se determina en cuál de los cuatro escalones del asma se encuentra la persona afectada: asma intermitente, asma persistente leve, asma persistente moderada o asma persistente grave, con el objetivo de diseñar el tratamiento del asma más oportuno.

El tratamiento del asma para frenar las crisis
Cualquier tratamiento del asma posee dos vertientes bien diferenciadas. Por un lado, se halla el tratamiento del asma a largo plazo. Por el otro, se encuentra el tratamiento del asma de rescate, empleado para aliviar los síntomas durante el ataque.
Los broncodilatadores de acción rápida son uno de los protagonistas del tratamiento del asma de rescate. Estos medicamentos actúan de manera prácticamente instantánea, abriendo las vías respiratorias de forma veloz para facilitar la circulación del aire y paliar las manifestaciones más agudas de la crisis. Dentro de esta categoría, el salbutamol o la terbutalina son dos de los fármacos más populares.
«Desde hace unos años también está demostrado que pueden utilizarse combinaciones de broncodilatadores beta-2 adrenérgicos de larga duración (por ejemplo, formoterol) combinados con algunos corticoides inhalados (por ejemplo, budesónida o beclometasona)», indica la doctora del Hospital San Rafael de A Coruña.
El tratamiento del asma a largo plazo
No basta con hacer frente a las molestias durante los momentos críticos. También es necesario combatir la enfermedad en sí. Por eso, como señala la especialista en Neumología, existen «tratamientos del asma a largo plazo diseñados para controlar la inflamación crónica de las vías respiratorias y prevenir los síntomas a largo plazo».
«Los corticosteroides inhalados son el tratamiento de primera línea para controlar la inflamación de las vías respiratorias en el asma», agrega Irene Nieto. Pero hay un mundo mucho más allá.
Los broncodilatadores de acción prolongada se emplean para mantener abiertas las vías respiratorias y atenuar las manifestaciones del asma durante un período de 12 a 24 horas. El tratamiento de base está compuesto por los beta-2 adrenérgicos, combinados siempre, eso sí, con los corticosteroides inhalados. Si aun así no se logra manejar la afección, se puede optar por incorporar un broncodilatador antimuscarínico.
Los antileucotrienos son unos medicamentos antiinflamatorios muy útiles en el tratamiento del asma. Esta opción suele estar reservada para pacientes con asma persistente moderada o asma persistente grave en los que los corticosteroides inhalados no han sido suficientes.
Cuando son las alergias las que desencadenan el asma es habitual recurrir a la inmunoterapia alérgeno-específica. Al vacunar a las personas, se erige un muro de defensa que las protege de la causa de la enfermedad.
Por último, si ninguno de los tratamientos convencionales ha surtido efecto, los médicos pueden recomendar iniciar el tratamiento del asma biológico. La meta de esta terapia es, como asegura la doctora Nieto, dirigirse «a diferentes medidores inflamatorios y células involucradas en la fisiopatología del asma». De todos modos, es una solución menos común, ya que solo se pone en práctica en casos de asma grave no controlada.
¿Tiene efectos secundarios el tratamiento del asma?
Aunque las opciones anteriores para el tratamiento del asma son algunas de las más extendidas, ya se están desarrollando terapias más innovadoras como la termoplastia bronquial. Un procedimiento no farmacológico que entra en juego en el grado más severo de esta patología: el asma persistente grave.
Según la especialista en Neumología, esta terapia se basa «en la aplicación controlada de calor en las vías respiratorias principales a través de un broncoscopio para reducir el músculo liso en exceso, lo que puede ayudar a mejorar el control del asma y reducir la frecuencia y gravedad de los ataques de asma».
Si bien ha demostrado su efectividad en diversos estudios clínicos, la doctora advierte que, en este caso, el tratamiento del asma no está exento de riesgos: «Puede estar asociado con efectos secundarios como, por ejemplo, exacerbaciones temporales de los síntomas».
Precisamente, los efectos adversos son una de las grandes preocupaciones de las personas que comienzan el tratamiento del asma. Especialmente si incluye la toma de corticosteroides inhalados, que pueden ocasionar irritación de la garganta y de la boca, disfonía o cambios en la voz, tos irritativa o candidiasis oral, una infección producida por hongos que tiene lugar en la boca.
A pesar de los posibles efectos secundarios de estos medicamentos, Irene Nieto recalca que «su efecto sistémico es mínimo y su acción está muy localizada en la vía aérea».
¿Cómo prevenir los ataques de asma?
El asma es una enfermedad crónica y, como tal, acompañará a los pacientes durante toda su vida. Pero el tratamiento del asma puede ayudarlos a vivir con total normalidad. Sobre todo, si implementan una serie de medidas preventivas, con las que se puede disminuir la frecuencia y la gravedad de los ataques.
El primer paso consiste en identificar los desencadenantes de las crisis. Estos varían en función de la persona, pero algunos de los más comunes son los alérgenos como el polen, los ácaros del polvo o los pelos de animales, los hongos, el humo del tabaco, la contaminación del aire, los cambios climáticos, la práctica intensa de ejercicio, las infecciones respiratorias… Una vez se ha detectado el problema de raíz, es vital tratar de evitarlo en la medida de lo posible.
Además de cumplir con el tratamiento del asma y seguir al pie de la letra las recomendaciones de los especialistas, resulta conveniente abandonar el tabaco, mantener un peso y un estilo de vida saludables y vacunarse contra la gripe y la neumonía.
«El objetivo del tratamiento del asma correcto es conseguir la ausencia de síntomas», concluye Irene Nieto. Por eso, aunque no exista una cura para esta afección, con el apoyo de especialistas y las medidas de prevención adecuadas es posible erradicar por completo las molestias y respirar sin esfuerzo.