Cómo combatir las causas de la epilepsia para reducir las convulsiones

En la mayoría de los casos no se logra identificar las causas de la epilepsia

A pesar de que en muchas ocasiones no se logran identificar las causas de la epilepsia, los factores genéticos o las lesiones cerebrales pueden ejercer una influencia importante

Alrededor de 400.000 personas en España conviven con la epilepsia. Una cifra que, según la Sociedad Española de Neurología, suma entre 12.400 y 22.000 nuevos casos por año. Y, aunque en los últimos años los conocimientos y la información sobre esta patología han aumentado de forma notable, todavía queda mucho terreno por explorar. Especialmente en todo lo que rodea a las causas de la epilepsia.

Las crisis epilépticas son la principal manifestación de este trastorno neurológico. Según Cristina Sueiro, especialista en Neurología del Hospital San Rafael de A Coruña, estas son «episodios clínicos en los que un paciente sufre una actividad neuronal anormal, excesiva y descontrolada». Episodios que producen alteraciones involuntarias en su consciencia y repercuten en su percepción, sus movimientos o su comportamiento.

Estos cambios súbitos en la actividad eléctrica del cerebro son los que desatan las convulsiones, que pueden durar entre varios segundos o unos minutos. Se caracterizan por una mirada perdida, temblores, confusión, pérdidas de consciencia o caídas sin que, muchas veces, la persona afectada se percate de lo que está sucediendo.

Ahora bien, ¿por qué aparece esta enfermedad? ¿Qué factores de riesgo pueden aumentar la predisposición de los pacientes? O, en otras palabras, ¿cuáles son las causas de la epilepsia?

Las causas de la epilepsia más comunes

Como mencionábamos al principio, todavía queda mucho por descubrir en todo lo referido a las causas de la epilepsia. De hecho, en la mayoría de personas no se consigue identificar qué es lo que provoca esta enfermedad. Se estima que dos de cada tres pacientes sufren epilepsia idiopática o criptogénica. Es decir, que se desconoce el motivo de su aparición.

Con todo, se han conseguido identificar algunas causas compartidas por muchas de las personas afectadas.

Las lesiones cerebrales son una de las causas de la epilepsia más frecuentes. Estas pueden ser congénitas y estar presentes en el momento del nacimiento, como la falta de oxígeno en algunas zonas del cerebro, más conocida como hipoxia cerebral. En esta categoría también se enmarcan las infecciones uterinas o la alimentación deficiente de la madre.

Por otro lado, estas lesiones pueden aparecer a lo largo de la vida debido a tumores, infecciones (como el VIH, la encefalitis o la meningitis), traumatismos craneales o golpes en la cabeza, accidentes cerebrovasculares (como los ictus u otros problemas en los vasos sanguíneos del cerebro) o enfermedades neurológicas (como la demencia o el Alzheimer).

Tampoco es extraño que la epilepsia venga de la mano de afecciones del desarrollo como el autismo, la hiperactividad, el trastorno de déficit de atención o el síndrome de Down.

«Puede haber también síndromes epilépticos, que se caracterizan por un conjunto de síntomas que incluyen crisis de epilepsia, y presentan signos y patrones comunes como la edad de aparición, el tipo de crisis o la respuesta al tratamiento», agrega la doctora Sueiro.

Por último, es imprescindible mencionar la influencia genética, que puede desempeñar un papel crucial en las causas de la epilepsia. Algunos tipos de epilepsia, al estar asociados a determinados genes, pueden ser hereditarios. Y otras afecciones de carácter hereditario, como la fenilcetonuria o las facomatosis, también podrían suscitar crisis epilépticas.

Un vistazo a los factores de riesgo

No es posible hablar de las causas de la epilepsia sin detenerse en los factores de riesgo asociados a esta patología.

Los antecedentes familiares son uno de los más habituales, tal y como acabamos de ver. Si uno o varios antepasados han padecido epilepsia, las probabilidades de sufrir esta enfermedad se elevan notablemente.

La edad es, sin duda, otro de los factores más determinantes. Si bien esta afección puede surgir en personas de todas las edades, es más frecuente entre los niños, los adolescentes y las personas mayores de 65 años. En este último caso, suele estar relacionada con otros trastornos neurológicos como la demencia.

Por otro lado, se han identificado una serie de factores que podrían favorecer la aparición de las convulsiones. No son, como tal, causas de la epilepsia. Pero sí funcionan como desencadenantes.

Algunos de los más populares son el no comer, el consumo de alcohol o drogas, las ráfagas de luz, el estrés, la falta de sueño, la deshidratación, los cambios hormonales provocados por el ciclo menstrual, un mal consumo de los medicamentos antiepilépticos u otras enfermedades. Sin embargo, estos pueden variar de una persona a otra. De ahí la importancia de prestar atención a los elementos comunes en los momentos de las crisis, con el fin de reconocerlos y tratar de evitarlos en el futuro.

Cabe destacar, no obstante, que las convulsiones no siempre son sinónimo de epilepsia. En ocasiones, las fiebres muy altas o el síndrome de abstinencia podrían producir convulsiones similares, pero esto no significa que la persona afectada sea epiléptica.

Las pruebas como el TAC craneal o la RM permiten indagar en las causas de la epilepsia

Una patología potencialmente grave

Existen dos grandes tipos de crisis epilépticas: las focales y las generalizadas. Las primeras solo afectan a un área concreta del cerebro, y suelen ser más leves, con síntomas como la mirada perdida, la confusión, una sensación extraña o de ausencia y amnesia.

Las segundas, por la contra, tienen lugar en ambos hemisferios del cerebro. Las crisis generalizadas son más graves y pueden hacer que los pacientes pierdan la consciencia, cayendo al suelo entre convulsiones. Asimismo, no es inusual que estos aprieten su mandíbula, espumen saliva o se orinen.

En estas situaciones, las personas que se hallan alrededor tienen que mantener la calma y buscar ayuda profesional. Cristina Sueiro advierte que se debe «proteger su cabeza frente a traumatismos y no introducir nuestra mano ni ningún otro objeto en su boca, a pesar de que nos parezca que se está ahogando».

Si la persona no está consciente, es recomendable colocar su cuerpo en decúbito lateral izquierdo, con el objetivo de evitar posibles aspiraciones si vomita, así como comprobar su respiración y su pulso cardíaco, evitando agitarla u obligarla a incorporarse.

Estos consejos son de vital importancia ya que, al fin y al cabo, las convulsiones podrían poner en riesgo la salud y la vida de los pacientes. Entre las complicaciones más habituales se encuentran las caídas, los ahogamientos, los accidentes de coche, las complicaciones en el embarazo, la dificultad para conciliar el sueño, la inestabilidad emocional, la ansiedad y la depresión

Cómo tratar la epilepsia

Los profesionales de la salud suelen confirmar el diagnóstico tras revisar el historial del paciente y llevar a cabo pruebas como el examen neurológico, el análisis de sangre o los estudios genéticos.

También pueden indagar en las causas de la epilepsia y buscar posibles lesiones cerebrales con otras pruebas como el electroencefalograma (que permite obtener información de la actividad eléctrica del cerebro) o la tomografía computarizada craneal y la resonancia magnética (que permiten obtener imágenes de este órgano mediante los rayos X o las ondas de radio, respectivamente).

A continuación, podrán diseñar el tratamiento más adecuado para combatir las causas de la epilepsia y mejorar el bienestar de los pacientes, tratando de limitar el número y la gravedad de las crisis.

«El tratamiento más empleado en el control de las crisis es el farmacológico», señala la especialista en Neurología, antes de añadir que «puede que sea necesario pautarlo durante varios años, o incluso hay pacientes en los que está indicado un tratamiento de por vida».

Los medicamentos antiepilépticos, creados para impedir las convulsiones, son los más empleados. En las consultas periódicas, los médicos podrán supervisar la evolución del paciente para ir ajustando la dosis hasta alcanzar el máximo beneficio con los mínimos efectos adversos, valorando la suspensión del tratamiento si este ha resultado eficaz.

Subiendo un escalón

Pero hay veces que los fármacos no bastan. De hecho, se calcula que en España hay cerca de 100.000 personas con epilepsia farmacorresistente. Es entonces cuando entran en escena otros tratamientos.

La estimulación del nervio vago es uno de ellos. Una terapia que consiste en colocar un dispositivo eléctrico bajo el pecho, el cual se encarga de enviar impulsos eléctricos hacia el cerebro a través de un nervio del cuello para intentar controlar las anomalías en su actividad eléctrica.

Si los pacientes son aptos para pasar por quirófano, puede efectuarse una cirugía resectiva o funcional.

En el primer procedimiento, los cirujanos se guían con las imágenes de la resonancia magnética para eliminar el tejido de la zona cerebral responsable de las convulsiones, ya sea mediante láser, bisturí u otros métodos. La segunda intervención, conocida como estimulación cerebral profunda, se basa en la colocación de una serie de electrodos en el cerebro. Estos reciben impulsos eléctricos de forma regular provenientes de un generador ubicado en el pecho, para así disminuir el número de convulsiones.

En algunos casos, los especialistas recomiendan la implementación de una dieta cetogénica, priorizando el consumo de grasas, manteniendo las proteínas y reduciendo los carbohidratos. Una medida que, según la doctora Sueiro, aspira a «mimetizar el metabolismo del ayuno y favorecer la síntesis de cuerpos cetónicos como principal fuente de energía».

Existen, en definitiva, diferentes medios para un mismo fin: tratar las causas de la epilepsia y mejorar todo lo posible la calidad de vida de las personas afectadas por esta patología.