Los deportistas y las personas de edad avanzada tienen más riesgo de desarrollar pulsaciones bajas y, en ocasiones, podrían necesitar un marcapasos para regular su frecuencia cardíaca
Un latido por segundo. Esta es una de las fronteras que delimitan las pulsaciones del corazón que, en condiciones normales, debería bombear entre 60 y 100 veces por minuto. Si los latidos de una persona se demoran más de un segundo, se considera que tiene pulsaciones bajas, o lo que es lo mismo, que tiene bradicardia.
La bradicardia puede ser normal, en función de las condiciones del individuo, sin que cause impacto clínico. Por el contrario, podría representar un problema severo que llegase a atentar contra su salud. Todo depende del tipo de bradicardia, del contexto y de si la frecuencia es excesivamente baja.
«Los deportistas tienen tendencia a tener pulsaciones bajas en reposo. Esto es normal, porque el volumen de sangre que bombea en cada latido cardíaco es mayor que en la población normal, de tal forma que al aumentar la frecuencia con el ejercicio su gasto cardíaco es todavía mayor», señala María Cristina Vázquez Caamaño, especialista en Cardiología.
No obstante, existe otra clase de pulsaciones bajas, más frecuente conforme va avanzando la edad. Con el paso del tiempo, es habitual que la frecuencia cardíaca vaya disminuyendo. Esta bajada puede traducirse en ritmos anormales que podrían ser patológicos y, como tal, precisar de un tratamiento específico.
Además de entrañar un empeoramiento del deterioro cognitivo, la bradicardia asociada a la edad suele provocar otros síntomas otras señales de alarma. El más común es el mareo, que puede ir desde unos segundos con posterior recuperación hasta episodios más largos produciendo la pérdida total de conocimiento o lo que es lo mismo, un síncope.
En ocasiones cursa con síntomas más inespecíficos como la fatiga durante el esfuerzo. Aquí reside precisamente la diferencia entre ambos tipos de bradicardia pues, como explica la doctora del Hospital San Rafael de A Coruña, estos pacientes «no son capaces de aumentar la frecuencia cardíaca de manera normal, a diferencia de los pacientes deportistas, que aumentan la frecuencia cardíaca hasta máximos normales».
Y, aunque no es una manifestación muy típica, las pulsaciones bajas también podrían producir dolor torácico, sobre todo si va asociada a otras alteraciones cardíacas.
Otras causas de las pulsaciones bajas
Aparte de estos dos grupos, es preciso mencionar la existencia de un pequeño porcentaje de la población que, por cuestiones genéticas, tiende a tener las pulsaciones bajas de forma basal, sin que esto suponga un riesgo grave para su salud.
Por otra parte, no es extraño que las pulsaciones bajas aparezcan en pacientes que consumen determinados fármacos. A gran parte de los pacientes con otras patologías cardíacas como arritmias rápidas, hipertrofia cardíaca o enfermedad coronaria, se les prescribe fármacos que disminuyen la frecuencia cardíaca, y en general estos pacientes tienen tendencia a presentar bradicardia.
«Hay que tener en cuenta también que hay fármacos que no son cardiológicos que producen bradicardia. Por ejemplo, los betabloqueantes oftálmicos para el glaucoma, pueden llegar a absorberse de forma sistémica y producir efectos a otros niveles enlentecer el corazón, aunque su dosificación sea oftalmológica, no ingerida ni intravenosa», advierte María Cristina Vázquez.
En algunas ocasiones, la bradicardia se origina en el nódulo sinusal o nódulo sinoauricular, la zona del corazón encargada de marcar el ritmo del bombeo. Cuando esta no funciona, la frecuencia cardíaca podría alterarse, dando lugar a pulsaciones bajas intercaladas con pulsaciones altas: el síndrome de bradicardia-taquicardia.
Otras, los problemas radican en la transmisión de las señales eléctricas, que viajan desde las aurículas hasta los ventrículos. Así nacen los bloqueos cardíacos o bloqueos auriculoventriculares: cuando estas señales llegan más lentas o se quedan por el camino.
Diagnosticando la bradicardia
Es primordial que, si una persona presenta un cuadro sintomático que pudiera coincidir con el de las pulsaciones bajas, se dirija a la consulta de un profesional de la salud para confirmar el diagnóstico.
«Cuando vemos una bradicardia hay que descartar que no haya nada más asociado a nivel estructural, cardíaco o coronario. Lo primero que hacemos siempre es valorar la historia clínica, ver la edad del paciente, la actividad que realiza, los fármacos que toma…», apunta la especialista en Cardiología.
El electrocardiograma es, indudablemente, la prueba más utilizada durante el diagnóstico de las pulsaciones bajas. En ella, los doctores colocan una serie de electrodos en el pecho, los brazos y las piernas del paciente, con el objetivo de registrar la actividad eléctrica de su corazón.
Pero en ocasiones se podría necesitar más información. Si el equipo médico desea investigar hasta qué punto baja la frecuencia o quiere descubrir cómo son los episodios de bloqueo puede recurrir al monitor Holter, que mide la señal del corazón de manera continua. Durante 24 o 48 horas se mantiene conectado a electrodos que graban de forma continua el electrocardiograma del paciente mientras realiza sus actividades habituales. Posteriormente, se descarga en un ordenador lo que ha grabado el holter y los doctores comprobarán su evolución a lo largo del día, en busca de fenómenos anormales.
Llevar a cabo una ecografía, una prueba de diagnóstico por imágenes basada en los ultrasonidos, permite descartar patologías estructurales cardíacas. Y la prueba de esfuerzo es clave para conocer cómo varía el electrocardiograma durante la realización de actividad física.
Con los resultados en mano, los profesionales de la salud determinan la gravedad de la bradicardia y deciden si es necesario iniciar algún tipo de tratamiento para garantizar el bienestar de los pacientes.
Cómo tratar las pulsaciones bajas
En el caso de los deportistas, es usual que muchas veces no haya que poner en marcha ningún tratamiento para combatir las pulsaciones bajas, tal y como indica la doctora Vázquez: «Si en la prueba de esfuerzo la frecuencia cardíaca sube proporcionalmente no hay que hacer nada».
Por la contra, si no hay ningún motivo que justifique la bradicardia basal prolongada en el tiempo, es imprescindible tomar medidas. El primer paso consiste en ajustar la medicación, en caso de que el paciente esté consumiendo fármacos que pudieran ejercer algo de influencia.
Si esto no es posible, si se detectan alteraciones estructurales o si los resultados del electrocardiograma son preocupantes, podría ser necesario instalar un marcapasos para hacer frente al ritmo anormal.
Este dispositivo se coloca bajo el pecho mediante un procedimiento quirúrgico. El marcapasos, muy empleado en el tratamiento de las arritmias, le transmite impulsos eléctricos al corazón para regular su ritmo. En este caso, para acelerar la frecuencia de los latidos. Su instalación puede ser esencial para evitar complicaciones como bloqueos cardíacos, episodios sincopales, pérdidas del conocimiento e, incluso, paradas cardíacas.
Cabe mencionar, además, que en ocasiones los infartos pueden producir una bradicardia, dado que la falta de riego repercute en el sistema eléctrico del corazón. Otras veces, las alteraciones hormonales podrían ser las responsables de la bradicardia, de ahí la importancia de hacer una analítica completa.
Sea cual sea el motivo que origina las pulsaciones bajas, la solución recomendada por los médicos va a resultar fundamental para lidiar contra un fenómeno en el que, por estar asociado a la edad, la prevención no existe. Sin embargo, conocer sus síntomas y su etiología es indispensable para identificarlo de forma temprana y minimizar sus riesgos.